viernes, 1 de agosto de 2025

MATAR EL TIEMPO, MATAR EL VACÍO.

 Algunos de mis alumnos de Yoga respondían mal a las propuestas de la Meditación. En vez de dejar que la mente expusiese gradualmente sus contenidos, se revolvían inquietos a los pocos segundos de empezar, abrían los ojos de manera intermitente, tosían, carraspeaban, se tocaban el rostro, hacían muecas de disgusto. Estaba claro que temían profundizar demasiado en sus entretelas; faltos de riqueza interior en forma de percepciones, sensaciones, ideas, emociones y sentimientos elevados, sin una mínima sabiduría existencial, su instinto en esos momentos les decía que podían caer directamente en el vacío que subyace a sus mayores honduras. Con un susurro al oído me rogaban que les permitiera salir de clase y acudían presurosamente a matar el tiempo de algún modo. Matar el tiempo... justo lo que hacen ahora esos ancianos del pueblo que me ven pasar, camino de la piscina municipal, con expresión neutra y un silencio cargado de tedio o enredados en conversaciones espúreas con otros colegas mirones. Horas después, cuando regrese a casa, me los encontraré exactamente en el mismo sitio y en la misma postura petrificada. Matar el tiempo... como hacen quienes abusan de las pantallas y se aturden con los mil vericuetos de los dispositivos on line; como hacen entre visillos tantos vecinos al acecho de las andanzas, entradas y salidas de los otros. Matamos el tiempo de un millón de maneras distintas queriendo, inconscientemente,  matar el vacío, nuestro vacío. Pero el vacío elemental puede cubrirse, enmascararse, taparse con el increíble arsenal de fruslerías y ocupaciones banales  a nuestra disposición; nunca llenarse, anularse, matarse, porque aquéllas son demasiado fugaces e insustanciales para lograrlo. Matamos el tiempo pero el vacío siempre está a la espera, es muy paciente y tiene a su favor ese tiempo que, en realidad, y a la postre, resulta que tampoco hemos matado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario