(foto tomada de Fotolia)
El ser humano actual se licúa y destiñe progresivamente, se deshace entre los dedos de la modernidad conforme ésta acelera el ritmo de sus cambios. Ya no ensaya ante el espejo una máscara de identidad estable y comprometida sino que prueba muchas adaptables a cada contexto o situación particular. Su palabra vale sólo para el momento; al doblar la esquina ya no vale nada y puede sustituirse por otra; ni siquiera sirven de gran cosa los contratos firmados: se violan siempre que convenga y haya un atisbo de impunidad.
El individuo se siente incierto y ambiguo entre tantas identidades sucesivas, más aislado que nunca de los otros pese a la maraña de redes sociales y estructuras digitales. Aspira a la autorrealización personal y exclusiva, y la persigue ansiosamente a través de un continuo trepar laboral y profesional y un consumismo frenético que nunca cesa. Concibe la felicidad como un fugaz estado de excitación que debe renovar a cada instante con el fuego de una insatisfacción crónica y estímulos inéditos. Transita por la vida con la fluidez del nómada resignado a mudar frecuentemente de país, de hogar, de pareja, de trabajo, de amigos, de valores, de ideas políticas y hasta de orientación sexual, pues cree que la globalización exige y justifica todo eso. Acata con cierta desgana el dictado imperial de las élites económicas, de los brutales oligopolios, y vota sin demasiada repugnancia a Gobiernos neoliberales que lo ejecutan.
El sujeto de nuestros días es tan escurridizo como el agua y tan volátil como un simulacro. Ensucia y desprecia el espacio público, asiste indiferente a su saqueo y amaga sublevaciones contra el desorden establecido que jamás se concretan porque en realidad se las finge a sí mismo. En el fondo se sabe frágil, vulnerable y más dependiente que nunca de los otros pero corre a tapar en seguida estas hondas impresiones con horas extras no remuneradas de trabajo, miles de mails y whatsshaps, y millones de byts de toda esa información que embota su cerebro de mandril postmoderno y anega nuestro embrutecido mundo.
Un mundo de tramas inconexas, cimientos socavados por corrientes subterráneas, estructuras inestables, nodos efímeros, relaciones inconsistentes, credos contradictorios, dinamicas sin coherencia alguna y principios delicuescentes.
Una sociedad verdaderamente líquida.
Fluidez en la palabra,claridad y concreción.
ResponderEliminarMe encanta leer a las personas cuando se entiende lo que quieren expresar y aportan un pensamiento crítico y constructivo que,sin necesidad de palabras rebuscadas,se comprende perfectamente lo que dicen.
Muchas gracias por dar luz en estos momentos de confusión, incomunicación y postureo.