jueves, 28 de septiembre de 2017

LAS ISLAS DE LOS DIOSES


Amanezco fondeado en el cráter de la isla de Santorini, la antigua Thera. El mar lo inundó tras una formidable explosión volcánica que alteró el clima de medio planeta en el año 1.650 antes de Cristo. Miro alrededor las paredes de la gran caldera sobrecogido por sus dimensiones telúricas. Después, visitamos los preciosos pueblos blancos colgados de sus bordes.


Oia es un sueño de soles cegadores sobre la cal viva de sus casas, una sinfonía de azoteas, palmas, adelfas y buganvillas, un vértigo asomado al abismo bajo el cual flota el "Horizon", nuestro gigantesco buque.





Fira desparrama sobre el acantilado sus perfiles de verdes piscinas, iglesias ortodoxas y cúpulas redondas. Dice la leyenda que aquí llegó Cadmo en busca de su hermana Europa, raptada por el dios Zeus, y fundó una colonia.



Rodas también se vio favorecida por los dioses. La ocupó Helios, quien, a su vez, casó con la hija de Poseidón, la ninfa Rodo, que da nombre a esta isla.


 Nos encanta la visión de su capital desde cubierta. Sus largas murallas, almenas y palacios, entreverados de cipreses, magnolios y algarrobos, me recuerdan las vistas panorámicas de la Alhambra granadina.


 El recorrido posterior por su casco medieval nos sorprende agradablemente. ¡Qué profusión de palacios, iglesias, casonas, conventos, fosos y albergues construidos por los antiguos cruzados!.


En la bocana del puerto buscamos, en vano,  las huellas de las inmensas plantas de los pies del Coloso de Rodas, una de las Siete Maravillas del mundo antiguo, abatida por un gran terremoto hace más de dos mil años. Un baño en la playa anexa nos alivia al final de los intensos calores del día.
Y llegamos a Mykonos, la isla de suaves montes, pueblecitos también blanqueados, como toda Grecia, molinos de viento y turismo explosivo, animada por las perspectivas en torno del archipiélago de las Cícladas, con vistas también a la cercana isla de Delos, cuna del dios Apolo, la cual emergió del mar ensartada por el tridente de Poseidón.


 Tras la guerra de Troya, Atenea y el citado Poseidón provocaron la muerte de Ayax el Menor, enterrado aquí por Tetis. Y sepultados igualmente se hallan los gigantes vencidos por Heracles. Festejamos nuestra estancia con otro baño fugaz en un remanso concurridísimo de Jora, la capital.


No dejamos de lado el contacto físico con Creta, la isla más grande de Grecia, repleta de cadenas montañosas que la atraviesan de punta a punta, sede de la antigua civilización minoica. Exploramos el viejo y hermoso barrio veneciano de Chania, pródigo en rincones sombreados e intimistas, raíces de plantas trepadoras decorando limpias fachadas rosas y el reclamo de rododendros enmarcando finas agujas de iglesias y palacios. Vemos también el Museo Arqueológico y el viejo Mercado de especias.




Nuestro mejor baño en las aguas frescas y cristalinas del Mar Egeo fue en Patmos, una isla llena de resonancias bíblicas y de atractivas panorámicas aéreas del relieve costero del archipiélago del Dodecaneso.
Y no podía faltar la visita de Atenas, con su reconstruido estadio de Mármaris, su Arco de Adriano, su esplendorosa Academia, su austero edificio del Parlamento, su mítica Acrópolis, con el pobre Partenón envuelto en grúas y andamios de rehabilitación, sus cinco millones de habitantes arracimados entre colinas asomadas al mar y un floreo de cipreses, su tráfico sofocante y su densa contaminación.


Nos quedamos, por supuesto, con el hechizo de esas joyas del Egeo, las islas de los dioses y los héroes, esa música de arpa y cítara alojada para siempre en nuestros recuerdos.

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