martes, 15 de noviembre de 2016

LOS MIL Y UN ATRACTIVOS DE LA NUBE VIRTUAL


Se ha vuelto muy útil la nube virtual. Es el cuarto trastero o la buhardilla de la Red Digital Mundial. El archivo donde almacenar toda clase de textos, fotos, vídeos, juegos, trabajos, informes, fotocopias de facturas y documentos... Ahí puedes guardar incluso tu secreta militancia nazi, tus amados rituales satánicos, tus inconfesables aficiones pederastas, pruebas que utilizar en el futuro contra tu ex o contra una pareja demasiado pegajosa... Ahí puedes amontonarlo casi todo. Y no ocupa lugar tangible. Es magnífico.
La nube virtual digiere sin parpadear los incontables bits de información que le llegan, los mezcla sabiamente con las cuerdas y branas que tejen su vacío cuántico, desdobla el potaje obtenido en trillones de universos paralelos o en un cocido de burbujas cósmicas, lo agita todo eficazmente y después vuelve a juntar la mixtura para lograr el Perfecto Elixir.
Y aquí es donde vienen los pequeños inconvenientes de la nube virtual, nada que pueda compararse a sus fabulosas prestaciones; sólo el precio que hay que pagar por ello, como sucede con todo.
El Perfecto Elixir se infiltra sutilmente por las yemas de los dedos, los poros de la piel y las retinas oculares, asciende por los canales linfáticos, supera la barrera hematoencefálica y, una vez en el cerebro, despoja a las neuronas de sus electrones y buena parte de sus neutrones, disuelve las meninges en un caldo voluptuoso, trocea el sistema nervioso en miríadas de tics reflejos e impulsos caóticos, y nos deja literalmente pegados a los tentáculos de la Red, es decir: móviles, iphones, tabletas, ordenadores y demás cachivaches electrónicos durante aproximadamente dos tercios de nuestras horas totales de vigilia.
Es una adicción algo curiosa que convierte a sus beneficiarios en verdaderos abducidos, en patéticos zombis ambulantes entre coches, carritos de la compra, zanjas, socavones, cornisas que se desprenden y ramas de árbol que se parten sin previo aviso; o bien en muñecos recortables adheridos a muros y esquinas, o en bultos parlantes que comparten mesa con los colegas en el bar pero están perfectamente ausentes.
A través de ese mágico elixir, la nube virtual diluye minuciosamente la memoria y el poder de concentración, provocando el natural déficit de atención; se lleva algunos de los más preciosos recuerdos; erosiona el entendimiento y carcome la intuición; absorbe la mayor parte de nuestras sensaciones e impresiones; destiñe las percepciones. Succiona, pues, nuestras mentes en una estética vorágine multidimensional.
Tal vez lo más incómodo sea que esta traviesa nube virtual absorbe igualmente nuestro sentido del espacio, encerrándonos enteros en un microcircuito transistorizado de apenas una millonésima de milímetro..., sí, claro, un poco estrechos. Y también absorbe nuestro sentido del tiempo, de forma que, aun teniendo sólo doce años mozalbetes, en un simple parpadeo de Brahma, o sea, ¡ya mismo!, abrimos casualmente los ojos y nos encontramos justo en el umbral de la vejez, abrumados de achaques, goteras y miserias por haber descuidado tanto la salud, notando ya las primeras acometidas del párkinson, el alzheimer o cualquier otra clase de demencia.
-Pero, ¿qué me ha pasado?- exclamamos horrorizados-. ¿Quién soy?. ¿Dónde estoy?. ¿Y este espantajo que me mira desde el espejo...?. ¡No puede ser!. ¡No es posible!. ¡Me han abducido los extraterrestres!. ¡Se han llevado mi vida!. ¡Me han arrebatado la vida entera!. ¡No!. ¡Noooooooo...!
No es nada. No pasa nada. Insignificantes molestias que palidecen ante los mil y un atractivos de la nube virtual. ¿Quién no se ha hecho todavía acólito suyo?.

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