Yo no soy en mí mísmo
ni por mí mismo
ni para mí mismo.
Yo no soy una entidad aislada,
separada y diferenciada.
Yo no existo en contraste con todo lo demás,
con todos los demás.
Yo ni siquiera soy yo.
No existe el yo.
No hay egos personales,
aunque parezca haberlos todo el tiempo,
en todo lugar y ocasión.
Espejismos, fantasías, sueños rotos, fantasmagorías.
Existimos al relacionarnos.
Nos concreta el intercambio.
Somos criaturas sociales.
Y yo sólo soy una ola del mar,
una onda vibrante en el Océano Cósmico
que brotó azarosamente en su seno,
se desliza sobre Él brevemente,
en continua interacción con sus otras olas, moléculas y átomos,
fluctúa más o menos graciosamente
bajo el radiante sol
y entre las estrellas pululantes,
haciendo cabriolas, nudos y traviesos escorzos,
y que pronto se deshará otra vez en su acogedor regazo líquido,
se desvanecerá para siempre en su majestuosa y colosal marea sin límites,
Lo veo claramente este atardecer:
soy, somos simplemente el mar. Una gota de mar. Todo el mar.
Somos parte inseparable del Cosmos,
un bucle microscópico
del Gran Océano Cósmico.
Nada más.
Y nada menos.
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