Se me corta la respiración
al llegar arriba
y hundirme con las rocas cimeras
en el azul insondable del cielo.
Mi aliento queda suspendido
entre vastos horizontes marinos
el alegre vuelo de gaviotas
y el punzante relieve de crestas y acantilados,
perfiles cristalinos que me hieren de placer.
Se encabritan mis latidos
en un vértigo de sangre y fuego
al seguir con la vista asombrada
el salto al vacío de un parapente
a menos de tres pasos de mí.
Se me escapa el mudo ensueño
tras la blanca estela de un velero en la distancia
y el potente sol mediterráneo
borda entre mis hondas costuras
ribetes de seda y dulzor,
al tiempo que festonea
con madréporas y conchas
los transparentes fondos salados
que ondean allá abajo, a mis pies.
Haber coronado este gran mojón litoral,
no sin algún esfuerzo,
es, para mí, cubrir un pequeño hito
en mis lejanos recuerdos de juventud,
que ahora vuelven,
frescos y nostálgicos,
con las fotos que Coral me envía,
desde la playa anchurosa,
del señero Peñón de Ifach.
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