Es muy probable que existan. Así lo dice la Ciencia, al menos. Vagan perdidos por las profundidades del espacio, tras haber sido expulsados de su sistema nativo por algún juego de carambola gravitatorio, y así seguirán por toda la eternidad, salvo que tropiecen con los dominios de otra estrella y acaben atrapados en su órbita o choquen directamente con ella o con alguno de sus satélites. Estos planetas errantes carecen de luz propia, son indetectables y pueden ser miles de veces mayores que la Tierra. Su número resulta incalculable, pero a cada habitante de nuestro mundo le podría tocar fácilmente un millón de estos enigmáticos cuerpos celestes. Me fascina la imaginaria posibilidad de acudir un día a un baile de disfraces con semejante escolta planetaria; incluso podría jugar con alguno de ellos a las canicas con cualquiera de mis nietos. Ya hablando en serio, lo que realmente me fascina es la posibilidad de que el Cosmos esté mucho más relleno y transitado de lo que suponemos por tal legión de exiliados interestelares
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