"La perspectiva me abruma, me produce ansiedad, temor; se me antoja difícil y hasta peligrosa, y siento flaquear mi voluntad frente a ella. Creo que hoy no voy a poder acometer este cambio, esta iniciativa. Sí, reconozco que es necesaria, incluso urgente, que el no tomarla me está causando ya graves daños económicos; además, perjudica mi vida conyugal y familiar, mi estado de ánimo, mi autoestima. Pero soy incapaz de abordarla. De momento estoy bloqueado. Tal vez mañana...sí, mejor lo dejo para mañana...".
Esto nos decimos la mayoría ante determinadas coyunturas, desafíos y proyectos que la realidad impone y que suscitan nuestro rechazo instintivo por implicar estrés, riesgo de fracaso, trabajo duro, y por despertar nuestra aversión natural al cambio, a las novedades que puedan perturbar nuestra cómoda rutina laboral y doméstica o provocarnos frustración. Es normal. Ocurre a veces. Somos humanos. Y la tentación de aplazar algunas cosas hasta un futuro sine die confiando en que se arreglarán por sí solas con el tiempo es muy fuerte en ocasiones. Pero cuando este retrasar se vuelve sistemático o el importante impasse del momento se prolonga excesivamente, quedamos abonados al desastre. Especialmente cuando hay actividades, planes o negocios que exigen no ya una respuesta pronta, directa y ágil, sino incluso anticipación, es decir, la capacidad de ver llegar los problemas desde lejos y de tomar medidas preventivas antes de que se materialicen.
Este metódico postergar involucra un talante escapista, una escasa fuerza de voluntad, una falta de criterio para identificar las verdaderas prioridades y de organización del tiempo productivo, una actitud que urde toda clase de excusas, pretextos y autojustificaciones para evadir ciertos retos del presente. Tal huida se apoya a veces en muy diversas ocupaciones intrascendentes, entretenimientos y adicciones. Es un serio trastorno del comportamiento que se halla detrás de muchas crisis, bancarrotas y rupturas. Es la ruina de individuos, empresas y naciones enteras. Se da en todas partes, en cualquier rincón del globo, particularmente en latitudes donde el calor, la humedad, las lluvias torrenciales y la pesadez de la atmósfera favorecen el pasotismo, la inercia, el crónico sesteo vital, la molicie y esa marcada irresponsabilidad del "mejor lo dejo para mañana". Esos países y personas en quiebra difícilmente saldrán del pozo alguna vez.
La indolencia del dejarse arrastrar, hasta que algo punzante y doloroso nos haga saltar del asiento, quizá para despachar nuestra ira con quien menos culpa tiene, permite que el mal avance como una sombra.
ResponderEliminarDecía Séneca que sufre mas de lo necesario quien sufre antes de lo necesario. Quizá por eso las utopías sirven para endulzar los amargos tragos a que nos aboca el presente. Al fin y al cabo, si no soñamos un mundo mejor será difícil que lleguemos a él por casualidad.