martes, 19 de marzo de 2019
BANCARROTA
Se dice a menudo que la bancarrota moral de países, instituciones y personas precede a la bancarrota económica. Pero no es siempre el caso. Hay gente bondadosa, romántica e ingenua que nace con los genes de la ruina financiera y les da rienda suelta durante toda su vida, por más que oiga cantinelas sobre la austeridad, la conveniencia de ahorrar y la necesidad de prever inesperados golpes del infortunio. El dinero siempre debe brotar inagotablemente del fondo de sus bolsillos al simple conjuro de sus deseos. Se vuelven locos comprando cosas, la mayoría innecesarias, en las grandes, medianas y pequeñas superficies, reniegan ferozmente del consumismo pero sucumben a él todos los días, la pasta les dura muy poco entre las manos; afirman que sólo gastan lo que tienen pero sus cuentas corrientes parecen campos minados por los descubiertos y los números en rojo. Su filosofía, en esta materia, es vivir no ya al día sino al minuto, aunque en realidad están hipotecando constantemente su futuro y el de cuantos les rodean. Intuyen oscuramente que los gastos imprevistos de cierto calado se dan inevitablemente cada cierto tiempo pero siempre les pillan por sorpresa y entonces recurren a alguien para que les saque del apuro. Hasta que la nómina de prestamistas sin intereses o a fondo perdido se agota y entonces sobreviene la bancarrota. Un proceso mucho más rápido si, además, han cometido el disparate de apelar a créditos bancarios o financieros.
Todos tenemos abundantes muestras de ello alrededor: personas afables y encantadoras sin noción alguna de contabilidad doméstica, con fuentes de ingresos precarias o irregulares y, sin embargo, proclives a impulsos onerosos y muy versadas en vicios a discreción: ludopatías on y off line, coleccionismos fetichistas, restaurantes selectos, comilonas hogareñas no tan selectas, sexo de pago, drogas, tabaco, lotería, bares y cafeterías a todas horas, bebidas caras en la intimidad...Buenas papeletas para el desastre. Como el que afecta a un conocido mío que renunció una mañana a verme porque, dijo textualmente: "no tengo hoy suficiente para el metro", a pesar de que yo me ofrecí con vehemencia a costeárselo, como es natural.
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Hay algo que llamado estímulos supernaturales y el bombardeo constante de la publicidad los convierte en un peligro para la supervivencia.
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