Los miércoles aprendo a bailar al estilo Bollywood, mezcla de danzas hindúes y otras modernas de raíz occidental. Como me gusta y me interesa, las neuronas de mi coco se ponen a trabajar rápida e intensamente. Conforme avanza la clase, dirigida por la espléndida Lola Martín, noto que mi estado de ánimo mejora, mi energía vital sube, y me entra una agradable excitación que, al salir finalmente a la calle soleada, se ramifica en una multitud de destellos luminosos y de percepciones alegres. La mañana parece haberse transformado.
Y es que aprender lo que tira de uno tiene un cierto poder catártico. Aprendes Yoga en tu juventud, no dejas de practicarlo, y te encuentras a edad avanzada relativamente libre de enfermedades, médicos, medicinas, dispensarios y hospitales. Aprendes a calzarte, vestirte, lavarte y cepillarte los dientes con la otra mano, y tu plasticidad cerebral se recupera bastante. Aprendes a tocar algún instrumento musical, y el número y la calidad de tus conexiones sinápticas crecen de manera apreciable. Aprendes que el Cosmos es probablemente infinito y se compone de innumerables universos-burbuja como el nuestro, y tu perspectiva mental se amplía y te aleja de la basura vertida por los llamados "medios de comunicación". Aprendes que la verdadera educación consiste en desarrollar y hacer florecer todas las potencialidades físicas, mentales y espirituales del ser humano (incluidas las que pueden conectarnos íntimamente a y fundirnos con con ese probable Cosmos infinito), y tu corazón se expande tanto como Él.
Aprender es, pues, vivir en el pleno sentido de la palabra. Y vivir es aprender.
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