martes, 28 de marzo de 2017

ESTAMPAS VIAJERAS

Cuidando de Gael en las horas señaladas, hemos seguido los pasos de Coral en su gira por media España.
Andalucía nos acogió primero con sus soles y olivares en días de buen tiempo. Sevilla volvió a encantarnos entre jazmines, alamares y exquisita azulejería bordando los bancos, fuentes y fachadas mudéjares. Fuengirola nos dio el mejor sabor de la familia (dos hermanas viven allí) entre paellas marineras y azules mediterráneos. Huelva, por su parte, fue un sueño de esteros y marjales añorando las lejanías colombinas.
Galicia después, un recital de ondulantes verdores y caricias del agua a la vera del río Miño, en las humeantes termas de Outaritz. Las humedades muñeiras nos condujeron seguidamente a la coruñesa Torre de Hércules, alzada por los romanos y forjada con leyendas grecolatinas. Finalmente, el melancólico paseo marítimo de Burela nos regaló vientos y lluviosos horizontes adornados con perfiles cantábricos, incluso un bonito amanecer rosa y oro.


Desde el incesante muro de cemento y hormigón que empareda el Mediterráneo en la Costa del Sol pasamos directamente a las playas desiertas e infinitas de Huelva. El contraste es muy fuerte.
Gloria y yo caminamos en silencio por las arenas del Portil (Punta Umbría) con las olas espumosas del Atlántico a un lado y las dunas semisalvajes, rematadas por pinares inacabables, al otro. Frente a nosotros, a kilómetros de distancia, dos puntitos humanos parecen moverse apenas sobre la gris extensión salpicada de gaviotas y alcatraces y, más lejos todavía, divisamos las blancas casas de El Rompido.
Me inunda una sensación de paz tejida con los tenues hilos de la libertad y de la resaca marinera. Luego, penetro en otra dimensión donde me esperan dos viejos amigos.
Los reconozco: son la inmensidad y el sentimiento oceánico de la vida.

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