martes, 15 de diciembre de 2015

CONFLUENCIA

Cuarenta años después vuelvo a leer "El camino del zen", de Alan Watts, y se renueva mi sensación de cambiar el tacto áspero y rugoso de un leño (ciertas formas del pensamiento occidental), por la tersa suavidad de la seda (ciertas modalidades del pensamiento oriental). Es algo comprensible. Cuando milenarias civilizaciones de China e India conocían su apogeo aquí apenas empezábamos a dejar atrás la Edad de Piedra. Basta con pensar en el delicado refinamiento y mimo por el detalle de los jardines de Kioto, la poesía haiku, la ceremonia del té y el teatro No, para darnos cuenta de las diferencias.
Sólo la forma más avanzada del conocimiento occidental, el pensamiento científico, es capaz de aproximarse a las más altas cotas del taoísmo, el budismo mahayana y, por tanto, el zen, en una reciente confluencia de conceptos e intereses.
Algunas corrientes de Física avanzada y Cosmología, junto con la Termodinámica de la vida, coinciden cada vez más con aquellos saberes orientales en sus percepciones del Universo, el ser humano y los acontecimientos más como procesos fluyentes e interrelacionados que como entidades fijas y separadas. Sus  respectivas nociones del espacio, el tiempo y la causalidad también convergen a pasos agigantados en una tendencia que ya parece irreversible. Por desgracia, siguen siendo movimientos muy restringidos y minoritarios en ambos mundos.
A través de las páginas que saboreo, el zen se desliza como una bruma etérea, un perfume evanescente que impregna tanto los sentidos como las recónditas espirales de la mente. Es un toque de vapor entre las ramas del crisantemo, un aliento de ensueño meciendo tallos de aquilea, un baño refrescante bajo la cascada, el silencio de la tarde tras el paso aleteante de las grullas. Algo demasiado hermoso y sutil para poder combinarlo con la zafia tosquedad que me acosa por todas partes, con la áspera rudeza y primitivismo de lo cotidiano.
Occidente es ya sólo un basto cascarón a la deriva. Oriente pudo llegar a ser otra cosa. ¡Qué pena!. Prefirió apuntarse a la moda occidental. Pero aún nos quedan a algunos los ocultos tesoros del tao, del budismo zen, y algo que, a mi entender, está incluso muy por encima de todo eso:
La visión de la realidad, el diagnóstico del acontecer humano, y las propuestas de solución presentados en su día por Jiddu Krishnamurti.
Parecen asemejarse bastante al tao y al budismo zen. Pero, en realidad, no tienen nada que ver con ellos. Ni siquiera tienen nada que ver consigo mismos. De un instante al siguiente cambian completamente.
Son únicamente el silencio sonoro de una nevada en el campo. El aplauso sin ruido de una sola mano. El recuerdo de lo que nunca existió. El soplo del vacío.

1 comentario:

  1. Qué bonito leerte, transmites bien las cosas que lees, logras comunicar la paz y serenidad del Zen....

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