cortesía de FOTOLIA.
Muchos procesos naturales evolucionan gradualmente, creciendo poco a poco en organización, complejidad y eficiencia. De vez en cuando, sin embargo, dan grandes saltos hacia otro estado. Son cambios inesperados y repentinos, quiebras en la suave curva del tiempo. Y todo esto se rige por las leyes de la termodinámica.
Pero la sociedad moderna ignora en gran parte la termodinámica, especialmente en lo referente a la economía y a la gestión del clima. Procede como si no existiera. Traza sus planes de futuro al margen de ella.
Da la casualidad, no obstante, de que el clima terrestre es uno de esos procesos naturales en evolución. Su estado actual de relativa estabilidad nos permite sobrevivir a duras penas en el planeta; una cuarta parte de la población lo hace incluso con un cierto nivel de confort. Damos por supuesto que va a continuar siendo magnánimo con nosotros, entre otras cosas porque creemos dominarlo ya de cabo a rabo y queremos que todo vaya cada vez mejor.
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Desgraciadamente, se acumulan los indicios de fuertes sacudidas en el sistema climático. Su regular desarrollo temporal parece haberse roto y ahora avanza más bien a trompicones. Es como si ya no estuviera a gusto y preparara otro de sus grandes saltos: un abrupto cambio de estado. Diríase, en efecto, que ha perdido pie en la llanura y ahora se desliza, sin control, por un declive cada día más acentuado que termina bruscamente al borde del abismo.
En el fondo de ese precipicio aguarda al clima un nuevo estado de relativa estabilidad que bien podría ser incompatible con la vida humana.
Esa pérdida de pie puede haber sucedido ya realmente. O casi. Faltaría menos que un suspiro, en términos geológicos. Lo llamaré "climate point".
Es el clásico PUNTO DE NO RETORNO que enseña la ciencia física.
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