domingo, 4 de octubre de 2015

HABLANDO DE BURBUJAS

Están de moda las burbujas. Parecen brotar por todas partes, a lo largo y ancho del globo. Los media se empachan (y nos empachan) hablando de burbujas inmobiliarias, burbujas financieras, burbujas bancarias, burbujas de deuda, burbujas cambiarias, burbujas de stocks... Un masivo burbujeo de champán mediático borboteando en nuestros móviles, tabletas, ordenadores, smartphones, páginas impresas y conversaciones ordinarias.
Pocos, en cambio, hablan de las Burbujas Personales. Cada uno de los 7.320 millones de habitantes humanos de la Tierra tiene la suya, con escasas excepciones, si es que las hay. Yo tengo la mía, por supuesto, y tú la tuya, y aquél la suya también, y así sucesivamente.
Nuestra Burbuja Personal la fabricamos con el invisible tejido de certezas inventadas y una confianza extrema en todas ellas. Dicen los psicólogos, y es plausible, que son imprescindibles para poder levantarnos por las mañanas, actuar con normalidad en el mundo real, mantener un mínimo de cordura y buen juicio, e impulsar el estado de ánimo y nuestro catálogo de motivaciones y alicientes.
Por lo tanto, nuestra Burbuja Personal de Seguridad dictamina que nuestro cuerpo es sólido, que nos sentamos de verdad en esta silla, que cuando nos damos un trompazo contra la pared es que hemos chocado con ella, que NUNCA JAMÁS podremos atravesar ésta, que la luz que vemos es toda la que existe, que el átomo debe de ser un puntito de materia compacta, y así infinidad de cosas.
Pero resulta que nuestro físico es un vacío casi absoluto muy raramente salpicado de materia; que cuando nos sentamos en la silla en realidad levitamos a un angstrom (una diezmillonésima de centímetro, creo) de ella; que no chocamos con la pared ni con nada (se repelen nuestros respectivos electrones, nada más); que, con tiempo suficiente, (pongamos un sextillón de años), sí que podríamos llegar a atravesar la pared limpiamente; que la luz visible es sólo una pequeña fracción de la luz total; y que el átomo está tan aterradoramente vacío como nuestro cuerpo, dicen algunos que su núcleo sería como una mosca volando en una inmensa catedral hueca (el átomo precisamente), con unas pocas motas de polvo (los electrones) flotando en su ámbito. Y así pasa con casi todo.
Nuestras infalibles certezas de andar por casa valen, pues, lo que nuestra fantasía y nuestro capricho. Y no digamos ya el amplio muestrario de nuestros sueños, ideas y creencias, incluso los más preciosos e indiscutibles en nuestro sentir.
Pero somos una especie tan frágil, vulnerable, precaria e insignificante en el seno del infinito Cosmos que necesitamos angustiosamente nuestra Burbuja Personal de Seguridad. Por ficticia que sea, resulta sumamente útil. Y práctica.

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