domingo, 11 de octubre de 2015

ADICCIONES


Acechan en el mundo virtual de las potencialidades ocultas, de las meras posibilidades abiertas. Parecen inocuas, inofensivas y dóciles. Pero no lo son. Fácilmente desequilibran nuestra vida. Se trata de las adicciones.
En principio, uno sabe cuánto tiempo, dedicación y energía quiere asignar a una actividad dada, ya sea repetida o novedosa. Pero algunas destilan ciertos influjos excitantes y absorbentes que nos hacen olvidar en seguida el programa establecido. Acaparan nuestra atención, se pegan a la textura de nuestros deseos y nos vuelven cada vez más dependientes de sus estímulos gratificantes. Y, quizá lo más importante, al borrar pensamientos oscuros y encauzar emociones y sentimientos con la plena ocupación de la mente, tienen el poder de alejarnos de una realidad dolorosa, amenazadora o aburrida. Son, en definitiva, un gran vehículo de escape.
Gracias a las torrenciales ofertas de consumo y ocio, en especial la tecnología digital, proliferan las adicciones con voracidad cancerosa, ocupando áreas cada vez mayores de nuestra existencia. Estamos perdiendo claramente el control. No son ya únicamente los habituales estragos del alcoholismo, el tabaco, las drogas, la ludopatía y la televisión perpetuamente encendida, entre otros muchos. Ahora es que por fin emerge el homo unidimensional de Marcuse, tantas veces descartado por el discurso convencional, bajo la ominosa forma de aviones, trenes, autobuses y vagones enteros de metro plagados de seres abducidos por algún artilugio electrónico, con su expresión ausente del aquí y ahora, sus dedos compulsivamente tecleantes y cables diversos envolviéndoles la cabeza y el pecho. Todavía más inquietante es verles circular así en plena calle, entre motos, coches y manteros en alocada huída, aparentemente ajenos al peligro que les rodea.
A estas alturas hay ya muchas personas, sin duda, que se proponen, consciente o inconscientemente, pasar todo el tiempo disponible en la nube de los sueños o de la inagotable realidad virtual, entregadas a sus múltiples adicciones, de modo que, con un poco de suerte, la muerte les sorprenda habiéndose ahorrado toda una vida de pesares y sufrimientos psicológicos.
En la hipótesis de que la existencia carezca totalmente de sentido, ello no deja de ser una opción tan válida o inválida como cualquier otra.

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