viernes, 8 de mayo de 2015

HA VUELTO DON RAMÓN

Don Ramón se atusa su barba de chivo, hace una mueca muy fea y se ajusta los anteojos para mirar furiosamente al reportero, que se encoge de forma instintiva.
-¿Que si estoy molesto con los del Ministerio del Tiempo?- truena aquél-. ¿A usted qué le parece, señor mío?. ¡Trasladarme sin permiso a este siglo XXI de los cojones!.
-Bueno- balbucea el periodista, temeroso-. Tampoco es tan repugnante esta época, digo yo.
-¿Repugnante?. El término más apropiado es vomitiva.
El hombrecillo traga saliva antes de aventurar:
-Algo hemos mejorado durante estos últimos cien años.
-¿En qué sentido?- brama el insigne escritor, volcándose sobre él desde el otro lado de la mesa.
-Pues...
-¿Han abolido la Monarquía?.
-No, pero...
-¿Han abolido la Iglesia, el Ejército, la Banca?- achucha don Ramón, sin dejarle respirar.
Y sigue mirando a su interlocutor como si fuera un insecto picajoso. Éste, finalmente, logra pensar y farfullar:
-No, pero somos un país moderno.
-¡Puafff!- escupe don Ramón, soltando un puñetazo en la mesa-. Un país en el que ni siquiera puedo actualizar farsa y licencia de una reina porqué ésta que tienen ustedes ahora es menos castiza que Oriol Junqueras; tampoco el ruedo ibérico porque los botarates politicastros de hoy día ni siquiera alcanzan el nivel del esperpento; y menos aún tirano banderas porque ya no hace falta ninguno: las masas aborregadas se encierran ellas solas en el redil.
-Sin embargo, somos los más competitivos del mundo en turismo- susurra apenas el otro, asustado.
-¡¡¡Siiiií, en cementar, hormigonear y acristalar toda la costa de punta a punta!!!- estalla don Ramón ferozmente. No sé de dónde saca el reportero aliento y agallas para argüir todavía:
-Somos tan del primer mundo, tan prósperos, que hasta podemos permitirnos el lujo de tener centros especiales para el tratamiento del alzheimer, del párkinson, dependencia y cáncer sin inaugurar aún varios años después de terminarse.
-¿Queeeeé?-. A don Ramón los ojillos miopes parecen salírsele de las órbitas ocultas tras los vidrios.
Crecido por el visible impacto de sus palabras, el chupateclas le suelta incluso:
-Y autopistas casi desiertas de vehículos. Y centros de arte, música y ciencia casi sin visitantes. Y líneas de tren y de metro y estaciones casi vacías. Y...y... ¡hasta aeropuertos sin aviones ni pasajeros en mitad de la nada!.
Aprovecha los segundos de que dispone para observar con fruición suicida el semblante atónito y desencajado de don Ramón antes de que la inevitable tormenta de bastonazos se abata sobre él y sobre lo que todavía queda del antiguo Café Gijón.

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