Nos los encontramos a menudo, en cualquier recodo de nuestra vida, envueltos en mil facetas del discurrir cotidiano, como el libro "Temerosa Simetría", de Anthony Zee, que estoy leyendo, o la película "Son de mar", basada en una novela de Manuel Vicent, que acabo de ver en televisión. Son viejos ideales, tejidos con la mitología del mundo clásico, que aún permean fuertemente las mentes románticas de hoy. Mantienen intactos su poder de fascinación y su afinidad con algunas intuiciones que propenden a cierto sentido de la armonía, la proporción y la eternidad.
Zee comparte con Einstein y otros físicos teóricos y cosmólogos su pasión por la elegancia, simplicidad y belleza de las leyes naturales, y sitúa el origen de todas ellas en una Gran Simetría de hondas reminiscencias platónicas. Vicent, por su parte, fusiona el amor insaciable de una pareja, (Jordi Mollá y Leonor Waitling), en el seno del Mediterráneo, mar de antiguas leyendas, con su toque sensual y poético, entre delicados sones de agua y de música, susurros oníricos que nos hablan de eneidas y odiseas mil en remotas islas que sólo alcanza nuestra fantasía.
Hasta que ese amor arrebatado, que todo lo arrasa, se sumerge lentamente entre las ondas espumosas del naufragio y acaba por trascender la muerte en un abrazo eterno, tal y como soñó el propio Platón.
Son de mar, tenues ecos musicales, diminutas vibraciones de cuerdas cósmicas que encienden nuestra imaginación y hacen latir nuestros corazones con la melodía de las esferas. Con la belleza en estado puro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario