martes, 24 de marzo de 2015
LA BULLANGA DE SAN JOSÉ
En la estación seca las mañanas de San José resplandecen con el encanto ultramarino de un sueño criollo en vías de cumplirse. La vista indaga a lo lejos, siguiendo el declive del Valle Central, en busca de un océano Pacífico que se presiente y se huele. El mercadillo dominguero nos atrae con su bullanga de colores, viandas y aromas dulzones, un poco acres de vez en cuando, entre flujos y reflujos de gente ansiosa por comprar. Alegre confusión de puestos, tenderetes, carritos de helados, toldos flameantes y densa humanidad perlada de sudores. El calor se desprende de la piel y se puede masticar como una corteza de ñame. El vocerío de los vendedores, mezclado con el ras, ras, de las cuchillas de carniceros y polleros en pleno despacho comestible, me aturde tanto como la chicharra del sol sobre mi cráneo abovedado por una modesta gorrilla. Finalmente, el tráfico de vehículos alrededor de esa gran ensaladera es un vértigo de bocinas, derrapes en falso, zigzags y frenazos temerarios que hay que sortear como se pueda, cargado uno como va de mercancías hasta el cogote. San José en su estado natural es la música del tercer mundo. Por suerte, me espera luego la hamaca salvadora a la sombra azul de nuestra terraza asomada al manchón selvático. ¡PURA VIDA!
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me alegro de que disfrutéis tanto vuestra estancia en C. Rica, tus palabras describen muy bien la intensidad con la que vivís las aventuras cotidianas... Un besazo, Vir
ResponderEliminarGracias, Virgi. A ver cuándo puedes disfrutar tú de esas mismas cosas.
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