-Eres el colmo- me dice alguien-. Con esa visión de la vida tan fatalista, no sé ni cómo puedes levantarte de la cama por las mañanas.
-Ni yo- respondo por seguirle la corriente.
-Eres un caso perdido- añade otro tertuliano-. Lo ves todo negro. Te pones siempre en el caso peor. Lo coges todo por el lado malo. Para ti no hay futuro.
-Cierto- concedo tan tranquilo-. Ningún futuro.
-No crees en nada ni en nadie- remacha un tercero-. Según tú, la religión es un puro invento, el más allá otro, la política un enjuague completo, la economía una simple convención, y que vamos derechos al desastre. No confías en el género humano.
-El género humano es violento y autodestructivo- aseguro-. Tiene sus días contados.
-¿Lo ves?. Yo, en tu lugar, me suicidaría.
-¿Por qué? - me extraño-. Hay otras opciones.
-¿Cúales? - me acosa, excitado-.¿Contar los días que, a tu entender, nos faltan aún? ¿Las drogas ¿La bebida? ¿El manicomio?. ¿La depresión crónica?.
-Ya estuve deprimido mucho tiempo y no voy a repetir- aclaro.
-Entonces, ¿qué?.
-La vida. Vivir la vida. Brindar por la vida.
-Eso es no decir nada- se impacienta-. ¿A qué llamas tú vivir en esas condiciones?.
-A disfrutar de un buen día de campo o playa, de una buena conversación, de una ducha caliente, de las amistades y lazos familiares que aún conservas, de una excelente comida, de un zumo exquisito, del calor y la mirada de tu pareja, de la profundidad del cielo azul, de la infinitud del horizonte marino, del aroma de las flores, del frescor de la brisa matutina, de la suavidad de una caricia, del hechizo de la música clásica, del placer de un libro singular, de miles de cosas... mientras duren.
-¿Y después?.
-Apagas la radio, cierras la tienda y adiós muy buenas.
-Ya- me espeta el primer interlocutor, tenso-. El absurdo como norma existencial. La vida sin sentido. Ausencia de todo significado profundo, al estilo de Beckett, Ionesco, Kafka y tantos otros.
-A un nivel fundamental es muy posible- admito-. Al nivel doméstico, y en lo que me quede de vida, apuesto por la intensidad, por apurar lúdica- mente cada instante, por exprimir bien cada experiencia, por la alegría marchosa y emprendedora, por el placer bienintencionado: a mi modo, claro, y respetando escrupulosamente a los demás.
-Creyendo que nos quedan cuatro días y que cuando te mueres se acabó todo.
-Me has dicho antes que no creo en nada- me defiendo-.
-Ya sabes lo que quiero decir. No salgas por peteneras.
-Mira, que todo esto se va al carajo me parece una evidencia. ¿Cuándo termina de irse?. Eso ya es una incógnita. Por si ocurre dentro de dos horas, decide cómo vas a gozarlas. Y para ello es preciso no pensar mucho en la muerte, ni en el futuro de tus hijos y nietos, ni en multitud de zarandajas similares. Vive con la mente quieta y silenciosa, sin pensamientos, atento a cuanto te rodea, en estado de alerta receptiva, con los sentidos dispuestos, captando el flujo de la existencia. Lo demás tal vez sean cuentos, historias, relatos que urdimos. Si es para entretenernos, vaya. Si es para montar el cirio, ¡cuidado con herir o perjudicar a tus semejantes!.
-Pero hay valores, normas morales, principios éticos que observar- establece mi segundo tertuliano.
-Para mí todos se resumen en dos- contesto-: procurar no invadir nunca la esfera ajena y cooperar solidariamente por el bienestar común. No sabemos por qué ni para qué vivimos. Al menos, ya que estamos aquí, hagamos por vivir bien.
Mis interlocutores me miran como si estuviese un poco majareta y, pensativos sin embargo, dejan que la conversación se extinga.
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