En la muy noble y afamada Villa de El Tiemblo, que Dios tenga en su mano, el rey Enrique IV de Castilla vuelve hoy a declarar heredera de su trono a su hermana la princesa Isabel, en la Venta Juradera de los Toros de Guisando, como ya hiciera el 19 de septiembre de 1468. Gloria y yo, medio ataviados para la ocasión, presenciamos la ceremonia, de gran pompa y majestad, con despliegue de caballería, corazas, estandartes, emblemas, coronas y recargados atuendos de la época. Nuestro conocido Crispín D'Olot, (ver mi post "Sorpresa en Guadamur"), entrañable juglar, recita sus loas y canta sus madrigales a las reales personas que se dignan sonreírnos graciosamente desde el fondo de los siglos. Mientras, lo más rancio y estirado del pueblo británico llora, inconsolable, la muerte de otra Isabel, la II de Inglaterra, en medio de la impresionante parafernalia informativa organizada por Televisión... ¡Española!. Sin duda, algunos quieren reforzar la Monarquía por estos lares, de forma indirecta, aprovechando el evento de Balmoral, habida cuenta de su gran erosión, pareja a la de la propia institución inglesa. Nos vemos, pues, envueltos estos días en matracas medievales que me hacen barruntar una precipitada fuga del presente hacia consoladores mitos y leyendas del siglo XV de una buena parte de la población actual. No deja de ser comprensible, en vista del aspecto que nos ofrecen el otoño y el invierno. Pero, entonces, ¿a qué siglo vamos a querer retroceder dentro de cuatro o cinco años, cuando las cosas se pongan feas de verdad?. Bueno, tenemos 200.000 años para recular, todos los que dicen que lleva nuestra especie buscándole las vueltas al planeta.
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