La veo surgir, hermosa,
en el hondón de la sierra,
entre las crestas vencidas
por la oscura gravedad
de otra noche estival
que convoca a la familia
entre promesas ambiguas
por los altos de la Hinchona,
camino de la Hiedra
y del asediado Castañar.
Después, la veo ascender, gloriosa,
por un sereno firmamento
hasta derramar, en el cénit,
fríos chorros de gas
y amplias estelas de polvo
que envuelven a Sagitario
como una gran túnica celeste.
Al final se precipita,
en silenciosa cascada albina,
hacia las cumbres de Guadarrama
sembrando el norte y el este
de jugosos néctares siderales.
Es la sin par Vía Láctea,
cifra suprema de toda orientación,
espinazo de nuestros quereres,
rumbo de nuestros anhelos galácticos
y remanso de nuestros vuelos
por la colosal inmensidad
que representa el misterio
de un insondable Cosmos.
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