martes, 13 de febrero de 2018
VIENTOS DE FEBRERO
Un día después de mi cumpleaños, nos abrimos paso a través de la ventisca con los dientes apretados y la mirada fija en las ráfagas de nieve que chocan violentamente contra el parabrisas. La niebla se torna espesa por momentos y ya apenas vemos el coche que nos marca delante la prudente fila india. No nos fiamos del otro carril de la autovía que aparece casi helado; sólo algún que otro impaciente nos adelanta por él camino del puerto de Somosierra. ¿Lograremos cruzarlo antes del inminente cierre de la A-1 y llegar a Madrid?.
Con ésta y muchas otras preguntas inauguramos el gélido mes de febrero que discurrirá también por unos delicados archivos del Pentágono que saca a la luz cinematográfica un Steven Spielberg más atento a sus personajes y al tratamiento serio de los temas. Esos documentos de hace más de medio siglo nos hablan de la gran mentira que fue la guerra de Vietnam y la deliberadamente inútil carnicería de 59.000 militares norteamericanos y de más de tres millones de ciudadanos de aquel desdichado país. Vemos la película justo cuando estoy acabando de leer una biografía no autorizada de ese famoso director escrita por el australiano John Baxter. Entremedias, un ameno concurso de chirigotas en el auditorio madrileño de Comisiones Obreras, un paseo por las calles céntricas de la capital en plena ebullición carnavalera, un concierto de "Ensemble Una Cosa Rara", trío de clarinetistas que me sitúa en el imaginario Café Saumell (homenaje al prolífico autor de contradanzas Manuel Saumell), en una Habana de mediados del siglo XIX animada por ritmos y músicas de muy distinta procedencia (tangos, polcas, valses, danzonas y habaneras).
Ahora me sumerjo en el mundo etéreo que ya encontré en "Memorias de una geisha" y vuelvo a hallar en esta delicada novela de David Crespo "El jardín de Sonoko", donde la proverbial sutileza de ciertos modos de ser y de hacer de los japoneses se mezcla con una aguda penetración psicológica del narrador en la descripción de sus criaturas y con el minucioso detalle de sus escenarios. Por lo que llevo leído, parece una caligrafía literaria de alto nivel.
Desde mi ventana veo soplar todavía los afilados vientos de febrero, acosado por los síntomas de mi segundo resfriado de invierno. Pero el viernes bailamos Bollywood de nuevo y tenemos que ensayar para mejorar un poco más nuestro precario arte de tercera edad. Así que me despido y hasta pronto.
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