lunes, 26 de febrero de 2018
VÍA LIBRE AL CÍRCULO POLAR
Ya tenemos libre acceso al Círculo Polar Ártico: nosotros... y los vientos. Gracias al cambio climático, un carguero ruso navegó hace menos de dos semanas por las aguas boreales sin la escolta, obligada hasta ahora en invierno, de un rompehielos que le abriese camino; igualmente, el intenso frío de aquellas latitudes se descuelga estos días hasta España con sorprendente facilidad, mientras, por contra, los vientos meridionales se cuelan tranquilamente dentro del Círculo Polar, calentando algunas de sus zonas 30ºC por encima de lo habitual en estos meses.
Tales hechos refuerzan considerablemente la tesis de que la Corriente en Chorro polar se ha debilitado, lo cual, de confirmarse del todo, sería una muy mala noticia. Dicho flujo de vientos rodea incansablemente el Océano Glacial Ártico y ha tenido siempre tanta fuerza y velocidad que ha resultado ser casi impermeable, es decir: muy pocas veces dejaba salir el aire de su interior en dirección sur y apenas permitía el paso de los vientos en sentido contrario, preservando el santuario polar como una inmensa cámara frigorífica bastante bien aislada. Todo esto parece haberse ido al traste. El futuro de los hielos boreales se presenta amenazador, comprometiendo gravemente nuestra supervivencia, ya que el equilibrio del clima terrestre depende de aquéllos de un modo crucial.
En un intento por alejar de mi mente estas preocupaciones, asisto al concierto del joven pianista Alexandre Kantorow. El ¨allegro bárbaro¨ de Bèla Bartók con el que arranca sacude mis neuronas y las deja bien maceradas para la sonata nº 2 de Johannes Brahms. Me hipnotiza la danza frenética de sus dedos sobre el teclado y, para cuando me sirve una rapsodia del mismo compositor, ya me he convertido en otro amante del Círculo Polar. Casi lloro por los pobres osos blancos que pronto no tendrán hielos sobre los que sostenerse ni, por tanto, nada que comer. Otra rapsodia, ésta de Bèla Bartók, me hace bailar directamente sobre el Polo Norte la fúnebre despedida de aquella blancura sin límites. Y más rapsodias que prolongan el duelo boreal, ésta es húngara, lleva el nº 11 y me la obsequia Franz Listz a través del magnífico Kantorow, que al final prodiga sus reverencias para agradecer tanto aplauso del respetable.
Cuando cierro los ojos, recostado en el sofá de casa, veo venir hacia mí los últimos grandes icebergs de la Historia. Supongo que se formarán otros nuevos dentro de varios millones de años pero ¿habrá ojos parecidos a los nuestros que puedan contemplarlos?.
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