Hay posibilidades claras de que nuestro universo particular sea una sinfonía de cuerdas, bucles y membranas vibrando en una amplia escala de tonalidades. La armonía de esta música serían las leyes de la Física, su melodía serían las leyes de la Química y cada nota sería una partícula subatómica, de ésas que componen el mundo alrededor y nuestros cuerpos, o una fuerza de la Naturaleza. El Cosmos entero bien podría ser una espumosa sinfonía de infinitos universos-burbuja ensortijando el hiperespacio de once dimensiones.
(imagen tomada de Pixabay)
Esto no es ciencia-ficción. La Teoría M no es ninguna broma. Tiene bastantes papeletas en el sorteo de la realidad. De modo que podemos estar danzando perpetuamente en el seno de la inefable Música Cósmica sin tener ni idea. Quizá por eso nuestra música particular nos despierte tan íntimas e inspiradas resonancias.
Dicho Cosmos no tendría principio ni fin ni límite alguno. A cada instante nacería un número infinito de universos y otros tantos desaparecerían en la nada amenizando la hirviente olla de la existencia.
(imagen tomada de Pixabay)
Ahora descendemos de la Música Cósmica a la música y danza del Ballet Ara, de Madrid. Como cada año ha venido a las fiestas del barrio de Aluche a deleitarnos con sus bailes goyescos, sus boogy-boogy, sus chotis, tangos bonaerenses, balalaikas rusas, jotas, zambras y danzas clásicas, dirigido por la experta mano de Carmina Villares, y realzado por su arte singular y su variado e impecable vestuario. Ahí estuvimos, ante la Concha, a pie firme hasta casi las once, aplaudiendo a cada rato con entusiasmo.
A este festival aún traía fresca en la retina la vibrante y poderosa actuación de días antes de Amparanoia, esa opulenta matrona de voz aguardentosa, densa y desgarrada, y su nutrida banda de psicofantes, con esa música tan ocurrente, tan capaz de generar ambiente.
También conservaba en mi memoria el vivo impacto de Ensemble Vivalma, trío femenino de violín, clave y viola da gamba que me transportó intacto a la música del barroco francés de los siglos XVII y XVIII, con Marin Marais y François Francoeur como compositores estelares y el añadido inestimable del italiano Alessandro Scarlatti.
Y es que, al fin y al cabo, parece que en todo el Cosmos hay música y sólo música.
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