Al salir de Morro Jable, el asfalto se troca en seguida una pista de tierra que, trazando curvas cerradas, se va adentrando poco a poco en un paisaje devastado por extensos campos de lava y por escorias volcánicas más antiguas que nuestra memoria ancestral. Las lomas abrasadas y las calderas dormidas juegan con las luces y sombras de la mañana mientras nos ven pasar, indiferentes. Una hora después, detenemos nuestro viejo y destartalado Suzuki Jimmy cuatro por cuatro en un mirador asomado al prodigio: el rincón perdido de Cofete, en el extremo sudoeste de Fuerteventura. Un verdadero rincón del mundo. Abriendo las piernas y cargando el peso sobre los riñones, tenemos que aguantar en pie los duros embates del viento en tanto contemplamos esa maravilla:
un majestuoso arco de montañas cerrado sobre una playa infinita que engalanan frentes sucesivos de olas rizadas.
Bajamos a través de esteros y marjales que se descuelgan perezosamente sobre el océano describiendo curvas aún más cerradas. Aparcamos finalmente junto a un viejo cementerio invadido por las dunas. Algunas cruces de madera carcomida y diseños aislados de piedra señalan apenas vagamente las tumbas.
Caminamos por la playa desierta encarando resueltamente los alisios del noreste que agitan el Atlántico y festonean el horizonte de espuma y calima.
Remotas cumbres azuladas nos separan de Barlovento, otra playa legendaria que se opone a la de Sotavento en el cuello mismo de la Península de Jandía.
Pasan las horas y seguimos hollando la arena traspasados por el silencio mineral y por la imponente vastedad desierta de Cofete.
¿Nos detendremos alguna vez, en algún tiempo inconcreto?.
No lo sabemos. Ni nos importa.
A veces cuesta trabajo soportar tanta belleza....Divina Cofete
ResponderEliminarMuy buen artículo, nos transportas a Esos lugares... las fotos también ayudan.Vir
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