viernes, 3 de abril de 2015

CATARATA DEL DIAMANTE

Salimos de Pérez Zeledón con rumbo sur. En Las Tumbas, una depresión selvática que desciende hacia un río tumultuoso, cambiamos de vehículo. El ascenso posterior es duro y empinado hasta la finca El Zapotal, desde cuya cabaña de madera podemos divisar ya la Catarata del Diamante.







El paisaje desde la terraza superior es impresionante con todo el espinazo de la Cordillera Volcánica Central pegado a nuestra espalda y coronado por la niebla. El entorno es aún más selvático.





Dormimos contemplando desde nuestro lecho las brillantes estrellas del Trópico, entre el ulular de urracas y lechuzas. A la mañana siguiente, enseño a mis amigos anfitriones lo más básico del Yoga en una sesión tranquila y agradable.





Tras desayunar copiosamente, emprendemos la marcha hacia la Catarata del Diamante. La selva es tan espesa e intrincada que la vista apenas puede penetrarla y nuestro guía y amigo Lulo, de 77 años de edad, tiene que abrirnos camino a machetazo limpio.






Avanzamos con dificultad. Hay pasos laterales de mucha pendiente que nos ponen en apuros. Vadeamos riachuelos. Escalamos taludes enmarañados. Finalmente, arribamos a nuestro objetivo: una caída de agua de 150 metros en vertical.







En la estación lluviosa, esta catarata adquiere proporciones imponentes. Pero ahora también sabemos admirarla.
Ya de regreso en la cabaña, disfrutamos unas horas más del silencio de este paraje, apenas roto de tarde en tarde por el reclamo sonoro de los tucanes, hamacados en la terraza. Después, regresamos a San Isidro de El General con el espíritu expandido.









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