sábado, 28 de marzo de 2015

TORTUGUERO, EN SU SALSA


El Parque Nacional Tortuguero me parece un encantamiento, otra dimensión de la Naturaleza.



El espacio se dilata sobre láminas de agua encalmada hacia remotos horizontes de cielo añil y fronda selvática ansiosa de abovedar todo el planeta.



El misterio de la espesura es un susurro de hojas desplazadas por los monos capuchinos, un concierto de tucanes, gaviotas y martines pescadores, un aviso furtivo de manatíes y tepezcuintles, un grito estridente de los monos aulladores, un guirigay de colibríes y petirrojos; es una densidad oscura y pegajosa de raíces y lianas entre destellos solares infiltrados.



Anchos canales invadidos por el mar mezclan su sal ardiente con el agua dulce de los ríos que bajan de la Cordillera Central, favoreciendo la proliferación de nenúfares y enramadas flotantes. Al otro lado de la lengua de tierra colonizada para el turismo, las altas olas del Caribe me golpean los flancos y los riñones con saña arrogante, en tanto modelan una playa sin más límites que dos tenues cabos allá, en los perdidos confines del mundo.

 
Y acá, junto a nuestro silencioso bote de remos, al alcance de la mano, en un rincón de la selva inundada, dos caimanes nos vigilan con sus rasantes anteojos, lo único que asoma de ellos en el agua dormida. bien ocultos entre plantas de superficie. Sus duras pieles grisáceas, moteadas de lunares negros, palpitan apenas a unos centímetros de profundidad. Nos deslizamos suavemente, sin el menor ruido. No conviene alterarles.


Y seguimos remando por los caños, remansos y entrantes de Tortuguero, enredándonos entre raíces crispadas, troncos retorcidos y cortinas vegetales que se descuelgan desde las altas copas para besar el agua, amantes de su propio reflejo.




Es Tortuguero en su salsa. Un sueño envuelto en silencio y restallante de colores. Tortuguero para siempre.